Arquidiócesis de Yucatán
Vicaria de Pastoral
Reflexiones para las
Pequeñas Comunidades Parroquiales
3ª. REFLEXIÓN
3.
El Sacramento de la Confesión en la comunión eclesial
I.
EXPERIENCIA DE VIDA
En grupos, comentar las experiencias
vividas por los participantes al acercarse al Sacramento de la Confesión. Después
de algunos comentarios, preguntarse:
a.
¿Qué importancia tiene el Sacramento de
la Confesión en la vida del cristiano?
b.
¿Cómo relacionamos el Sacramento de la
Confesión con la vida de la comunidad eclesial?
II.
ILUMINACIÓN
El Camino de conversión que iniciamos
como Iglesia de Yucatán el pasado 25 de enero, hace de esta Cuaresma una
oportunidad para encontrarnos con el Señor y reconciliarnos con Él a través del
signo sacramental de la Confesión, viviendo ésta con mayor conciencia y
disposición.
“Así pues, si es infinito el amor
misericordioso de Dios, que llegó al punto de dar a su Hijo único como rescate
de nuestra vida, también es grande nuestra responsabilidad: cada uno, por
tanto, para poder ser curado, debe reconocer que está enfermo; cada uno debe
confesar su propio pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la cruz,
pueda tener efecto en su corazón y en su vida. Escribe también san Agustín:
«Dios condena tus pecados; y si también tú los condenas, te unes a Dios...
Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces comienzan tus buenas
obras, porque condenas tus malas obras. Las buenas obras comienzan con el
reconocimiento de las malas obras» (ib., 13: PL 35, 1191). A veces el
hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sin
embargo, la verdadera paz y la verdadera alegría sólo se encuentran abriéndose
a la luz y confesando con sinceridad las propias culpas a Dios. Es importante,
por tanto, acercarse con frecuencia al sacramento de la Penitencia,
especialmente en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e intensificar
nuestro camino de conversión.”[1]
Al mismo tiempo es importante la
reconciliación con los demás y con la Iglesia a quien también se ha ofendido y
lastimado. En efecto, cuando un miembro del organismo vivo, (del Cuerpo, que es
la Iglesia,) se enferma, todos padecen con él. Al hacer partícipes a los apóstoles de su
propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de
reconciliar a los pecadores con la Iglesia… La reconciliación con la Iglesia,
es inseparable de la reconciliación con Dios.
“Pero el acto esencial de la
Penitencia, por parte del penitente, es la contrición, o sea, un rechazo
claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a
cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento.
La contrición, entendida así, es, pues, el principio y el alma de
la conversión, de la metánoia evangélica que devuelve el hombre
a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el Sacramento
de la Penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición. Por
ello, «de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia».”[2]
El Sacramento de la Penitencia es un
signo que realizamos en la Iglesia quien, con el encargo de Jesucristo, hace
realidad el encuentro personal de cada uno con la misericordia del Padre. La
Confesión puede compararse con ese momento que nos describe la Parábola del
Hijo Pródigo, en el que el hijo se encuentra con el Padre a su regreso.
La celebración del Sacramento es un
encuentro del pecador con Dios que tiene los mismos elementos que el encuentro
del hijo con el padre en la parábola del hijo pródigo y que tendríamos que
vivir cuando nos confesamos:
Ø Examen de conciencia. En la parábola se nos narra que el hijo se encontraba cuidando cerdos y
sin qué comer, y recuerda que en casa de su Padre los trabajadores tienen qué
comer en abundancia. Él toma conciencia de que “ya no merece llamarse hijo”,
que, por su comportamiento “ha pecado contra el cielo y contra su padre” y no
es digno de llamarse hijo. Está dispuesto a humillarse a ser tratado como
asalariado.
Al preparar nuestra confesión tendríamos que preguntarnos: Desde que me
confesé la última vez ¿Me he portado como hijo de Dios? ¿He hecho lo que Él
esperaba de mí? ¿Merezco llamarme hijo de Dios?
Después de responder a este examen, me puedo acercar a confesar con la
disposición del hijo pródigo: “Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti; no merezco llamarme hijo tuyo.
Puedo ir con toda confianza, ya que Jesús nos dice que el Padre salió al
encuentro del hijo lo abrazó y lo cubrió de besos. El Padre siempre nos recibe
con alegría, nos perdona y hace fiesta porque hemos vuelto y, sobre todo, nos
acepta como hijos, nos devuelve la dignidad perdida.
Ø Arrepentimiento. Vamos a pedir perdón. ¿De qué? De lo que hemos pensado, dicho, hecho u
omitido hacer y que sabemos que Dios no lo quería. Que lo hemos desobedecido y
ofendido. Por eso pedimos perdón.
No se trata de contar otras cosas. No se trata de decir “me siento mal”.
Se trata de pedir perdón.
Ø Propósito de enmienda. Pedir perdón te compromete a cambiar de actitud y a hacer el propósito
de cambiar de conducta. Tal vez resulte difícil, tal vez vuelvas a caer, pero
al menos, en el momento presente, estás decidido a cambiar y a poner todo lo
necesario para que no vuelvas a realizar la acción mala.
Ø Confesión de los pecados. Decir los pecados es importante para recibir el perdón. El sacerdote, en
nombre de la Iglesia, hace presente al Padre misericordioso y te perdona. Es
una acción de Dios que, a través de ese signo te hace sentir cercano su amor y
su perdón.
Dios ha querido encomendarle a su Iglesia el ministerio del perdón y la
reconciliación. (2Pe 1,34) El sacerdote es un ser humano, como tú y como yo,
que cumple una misión, una encomienda.
Cuando vas a pedir un préstamo al banco, el funcionario que te atiende
puede ser tan pobre como tú o, incluso más pobre que tú. Sin embargo, le
confías tu solicitud no por él tenga o no el dinero, sino porque representa al
banco que te lo va a prestar. Él puede tramitar tu solicitud y concederte el
préstamo.
El sacerdote pone su persona como instrumento para que se dé el
encuentro. Su condición humana debe facilitar que comprenda tu situación de
pecador que comparte y te haga vivir la experiencia del perdón que el Padre te
concede por su ministerio.
En esta época caracterizada “por el ruido, la distracción, la soledad,
el coloquio del penitente con el confesor puede ser una de las pocas, sino la
única ocasión de ser escuchado de verdad y en profundidad”.[3]
Ø Cumplir la penitencia. Es un signo de parte tuya que complementa el encuentro con el Señor. Él
te ha perdonado totalmente tu pecado, si estabas sinceramente arrepentido. Sin
embargo, la penitencia que te impone el sacerdote, es un signo con el que le
dices a Dios que te gustaría reparar el daño causado, que de verdad estás dispuesto
a cambiar, a ser mejor.
Preguntas para asimilación en grupo:
§ ¿Qué hemos comprendido mejor del Sacramento de la Confesión?
§ ¿Qué dificultades tiene la gente para confesarse?
§ ¿Cómo ayuda la Confesión a la comunión con los hermanos?
III.
COMPROMISO
Preguntas para llegar a un compromiso personal y comunitario:
§ ¿Qué puedo hacer para mejorar mi práctica de la Confesión?
§ ¿Cómo puedo promover la participación de los hermanos en el Sacramento
de la Confesión?
IV.
CELEBRACIÓN
§ Reconozcamos que somos pecadores diciendo juntos: Señor mío Jesucristo…
§ Cantemos juntos: Señor, ten piedad…
§ Demos gracias a Dios por su perdón recitando o cantando el Magnificat.
[3] BENEDICTO XVI
EXHORTA A VALORAR EL “VALOR PEDAGÓGICO” DE LA CONFESIÓN RECIBIÓ EN AUDIENCIA A LOS PARTICIPANTES EN EL CURSO SOBRE EL FUERO
INTERNO CIUDAD DEL VATICANO, lunes 28 de marzo 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario