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viernes, 15 de marzo de 2013

2ª. REFLEXION CUARESMAL


Arquidiócesis de Yucatán
Vicaria de Pastoral
Reflexiones para las Pequeñas Comunidades Parroquiales 

2ª. REFLEXIÓN
2.   La reconciliación, dinamismo permanente de la comunidad eclesial

             I.        EXPERIENCIA DE VIDA

Mario es el más pequeño de tres hermanos y hace poco vivió una experiencia que dejó una huella profunda en su vida. Antes de cumplir los 18 años él era un muchacho que causaba problemas a sus padres por su mala conducta en todas partes. Por las mañanas se escapaba de la escuela y prefería pasar horas con sus amigos derrochando el dinero que le robaba a sus padres, mintiéndoles de los modos más diversos que uno se pudiera imaginar. Sus papás y sus hermanos se sentían tristes y avergonzados por el comportamiento de Mario y le habían llamado muchas veces la atención, pero él les hacía caso omiso a todos sus comentarios. Mario llevó una vida desenfrenada al decidir seguir el mal ejemplo de sus compañeros, quienes consideraban que tenían derechos pero no se fijaban en cumplir con sus obligaciones.
Un día la situación se agravó cuando Mario perdió en un juego de azar todas las joyas que había robado de la caja fuerte de su madre. Sus hermanos lo condenaron al enterarse de lo que había realizado, su padre se enojó muchísimo, pero su madre sintiendo lo mismo oró y lloró por él. Mario, avergonzado por su mala acción, decidió no volver a su casa, ya que se dio cuenta del daño que había ocasionado a su familia al romper toda relación con cada uno de sus miembros.
Por muy absurdo que pareciera, su madre intercedió una vez más por Mario y pidió a su esposo y otros dos hijos dar una nueva oportunidad a quien seguía teniendo también como hijo. Sus padres y sus hermanos tomaron aquella noticia con tosquedad. A pesar de la actitud de los demás, su madre lo buscó por todas partes y lo encontró arrepentido. Le manifestó su afecto y su perdón y lo invitó a regresar a casa. Ahí su papá y sus hermanos lo recibieron desconfiadamente, pero con el paso del tiempo Mario se esforzó en ser alguien mejor, demostrando a sus padres y hermanos que había aprendido la lección, pues había experimentado en carne propia el gozo del perdón.
           II.        ILUMINACIÓN
“Es voluntad de Dios que todos los hombres se salven…” (1Tim 2,4).
La proclamación del Evangelio de Jesucristo a todos los hombres busca llevarlos a vivir en comunión con Dios, en ese mismo Jesucristo, a quien ha enviado como Salvador y Redentor. “Dios ha querido santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confiese en verdad y le sirva santamente”[1]
En efecto, es la comunión de vida con Dios y en Dios la que realiza la plena liberación del hombre del pecado y de la muerte y le da la posibilidad de vivir en plenitud la vida eterna, en intimidad con Dios, como hijo adoptivo suyo.
La propuesta de esta salvación en Cristo, la invitación a la comunión por Él, con Él y en Él, constituye el núcleo de la evangelización. En Él, de una vez para siempre, se ha establecido la Nueva Alianza entre Dios y el hombre, por su Misterio pascual, por su muerte en la cruz y su resurrección. De esta manera se ha realizado la reconciliación fundamental entre Dios y el hombre que lo ha llevado a ser hijo en el Hijo, a participar de su misma vida divina, a la posibilidad de vivir en comunión eterna con Él.
San Agustín comenta: «El médico, en lo que depende de él, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del médico, se perjudica a sí mismo. El Salvador vino al mundo... Si tú no quieres que te salve, te juzgarás a ti mismo»[2]
La respuesta al Evangelio se inicia con esta primera aceptación de la acción de Dios en el hombre. La proclamación de fe en la Trinidad, expresada en el Bautismo, es la condición para que el Espíritu haga realidad esta reconciliación fundamental de la persona con Dios, liberándola del pecado original e injertándola en Jesucristo.
La Iglesia nace del Espíritu Santo en el Bautismo. No basta la fe para integrarse a la Iglesia; no somos un grupo de personas que cree lo mismo, solamente; somos un grupo, una comunidad, en la que Dios ha actuado; Él, su Espíritu, nos ha injertado en Cristo para hacernos miembros de su cuerpo; Él vive en nosotros y por Él somos templos de la Trinidad; Él distribuye sus dones, carismas y ministerios, haciéndonos diversos, diferentes; él nos conduce a la unidad, mueve los corazones a la reconciliación. Es el Espíritu quien conduce a la Iglesia. ´
“La Iglesia es en Cristo como un sacramento, signo e instrumento de la comunión de los hombres con Dios y de la comunión de los hombres entre sí”[3]
“…la Iglesia no se puede hacer, no es el producto de nuestra organización: la Iglesia debe nacer del Espíritu Santo. Al igual que el mismo Señor fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de Él, también la Iglesia debe ser siempre concebida por obra del Espíritu Santo y nacer de Él. Sólo con este acto creativo de Dios podemos entrar en la actividad de Dios, en la acción divina y colaborar con Él…”[4]
Es el impulso del Espíritu el que nos atrae a la reconciliación con Dios; es bajo su luz como contemplamos y comprendemos el misterio del Amor divino, especialmente de su misericordia; es quien nos urge a la conversión y realiza en nosotros la transformación del corazón; es quien, como a Jesús en el vientre purísimo de María, nos va formando a imagen de Cristo.
Ya desde el Antiguo Testamento se proclamaba esta acción de la divina misericordia que, fiel a sus promesas, fiel a su alianza, fiel a sí mismo como Padre y Creador del hombre, ama al estilo divino, perdonando, reconciliando, llevando de nuevo a la comunión: “El Señor ama a Israel con el amor de una peculiar elección, semejante al amor de un esposo, y por esto perdona sus culpas e incluso sus infidelidades y traiciones. Cuando se ve de cara a la penitencia, a la conversión auténtica, devuelve de nuevo la gracia a su pueblo. En la predicación de los profetas la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del pueblo elegido.”[5]
“Por tanto, la Iglesia profesa y proclama la conversión. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno a medida del Creador y Padre: el amor, al que «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo»  es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del «reencuentro» de este Padre, rico en misericordia.
El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo «ven» así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven pues in statu conversionis (en estado de conversión)[6];… 
Entonces, comprendiendo así el encuentro con la divina misericordia, descubriéndose reconciliado en Cristo, el hombre se ve, impulsado por el Espíritu, a vivir con esa misma misericordia, con ese mismo estilo del amor divino, su reconciliación con los hermanos, a fin de ser todos un solo cuerpo, a fin de vivir todos en la comunión eclesial.
No se entiende un proceso de conversión sin la disposición básica a vivir un dinamismo de reconciliación entre personas, grupos, comunidades. La Iglesia diocesana, parroquial, doméstica… está llamada, en este proceso de conversión que iniciamos, a vivir en constante reconciliación:
·         Aceptando siempre a todos como hermanos, hijos de un mismo Padre, miembros de un mismo cuerpo, injertados en Cristo.
·         Disponiéndose a reconocer y aceptar, con la tolerancia, paciencia y comprensión necesarias, la realidad diferente del otro, su ritmo de conversión.
·         Procurando la superación de los conflictos y liberándose de resentimientos, rencores y odios, para aceptar a los demás en el amor que “todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Cor 13, 7).
·         Participando en la acción común de la Iglesia, colaborando con los hermanos, aceptando, respetando y valorando la acción del otro y buscando su articulación para su mayor eficacia.
·         Pidiendo y dando el perdón, “hasta 70 veces 7”. como regla fundamental de acción, a fin de crecer en la comunión interpersonal, en el amor a todos como Cristo nos ha amado.
Es importante acentuar que, vivir en constante reconciliación es propio de la vida de una comunidad eclesial y que, la conversión personal tiene que asumir la reconciliación con los hermanos como condición para lograr la comunión con Dios. “Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, es un mentiroso” (IJn 4,20).
Preguntas para asimilación en grupo:
a)    ¿Qué relación encuentran entre comunión con Dios, conversión y reconciliación?
b)   ¿Por qué la reconciliación tiene que ser un dinamismo permanente en la comunidad eclesial?
c)    ¿Cómo vivir la reconciliación?

         III.        COMPROMISO

En un momento de silencio respondamos a las siguientes preguntas, expresando nuestro compromiso a partir de esta reflexión:

a.    ¿Qué acción debo realizar para expresar mi reconciliación con Dios?
b.    ¿Cómo participar y colaborar con la reconciliación de los hermanos en la comunidad eclesial?

         IV.        CELEBRACIÓN

·         Reconociendo que no hemos vivido como hijos y hermanos pidamos perdón a Dios, diciendo juntos: YO CONFIESO
·         Jesús nos ha conseguido la reconciliación con su Padre y nos ha hecho hermanos. Por esto: La paz del Señor esté con ustedes. Todos: Y con tu espíritu. Dénse como hermanos un signo de reconciliación.
·         Cantemos todos: Iglesia Peregrina.


[1] Lumen Gentium No. 9
[2] (Sobre el Evangelio de Juan, 12, 12: PL 35, 1190). Citado en BENEDICTO XVI ÁNGELUS Plaza de San Pedro Domingo 18 de marzo de 2012 

[3] Lumen Gentium No. 1
[4] Reflexión de Benedicto XVI: La reconciliación, don del Espíritu (5 de octubre de 2009) Inicio del Sínodo de África

[5] Ioannes Paulus PP. II DIVES IN MISERICORDIA sobre la Misericordia Divina No.4

[6] Traducción del redactor.

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