Arquidiócesis de Yucatán
Vicaria de Pastoral
Reflexiones para las
Pequeñas Comunidades Parroquiales
En
cada Eucaristía se proclama el misterio de la Misericordia de Dios manifestada
en la muerte y resurrección de Jesucristo.
La
hora santa es prolongación de este encuentro salvífico:
·
Para profundizar en su
conocimiento
·
Para proclamar la fe en su
presencia cercana y en su acción salvífica
·
Para contemplar y adorar
·
Para reconocer la
indignidad personal y aceptar su gracia
·
Para dialogar con Él
·
Para pedir perdón
·
Para agradecer
·
Para ofrecer
·
Para comprometerse,
celebrar alianza
·
Para celebrar la alegría de
la amistad
Esta
Hora Santa tiene como finalidad acercarse a Jesucristo-Eucaristía en el Año de
la Fe, al inicio del Camino diocesano de Conversión, en la Cuaresma.
1. EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO. Según
los ritos acostumbrados.
2. 1ª.
Meditación: La Misa o celebración eucarística, proclamación de la Misericordia
divina manifestada en la muerte y resurrección de Cristo. “Cada vez que comemos
de este Pan y bebemos de este cáliz, proclamamos tu muerte Señor, hasta que
vuelvas”
a. Tanto
amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que, quien crea en Él,
tenga vida eterna. El amor de Dios por el hombre se manifiesta en su
misericordia, en su disposición a perdonarlo, a reconciliarlo con Él, aún a
costa de la sangre de su Hijo.
b. El
sacrificio de Cristo en la cruz se prolonga en el tiempo y en los diferentes
lugares del mundo al celebrar la Eucaristía, que es el memorial, la
actualización, la realización hoy y aquí, del mismo sacrificio redentor.
c. Al
asistir y participar activamente en la Misa, nos unimos a Jesucristo y nos
ofrecemos con Él como ofrenda agradable al Padre. Nuestra obediencia al Padre,
vivida en la entrega de amor a los demás en la vida diaria, se une a la
obediencia y a la entrega de Jesús porque hemos sido injertados en Él, somos
miembros de su Cuerpo que se ofrece hoy y aquí por la salvación del mundo. Nos
hacemos víctimas con la Víctima, ofrenda con la única Ofrenda agradable al
Padre.
d. Al
comulgar del mismo Pan y del mismo Cáliz, participamos de su misma vida,
entramos en la intimidad trinitaria, proclamamos el misterio de su amor
redentor y salvador.
e. En
la adoración del Santísimo fuera de la Misa, prolongamos esta experiencia de
encuentro salvífico, de su amor cercano que se ofrece a través de la presencia
Eucarística.
3. Momento de silencio para
reconocer la presencia del Señor personalmente, agradecerle su cercanía y su
disposición a escucharnos, contemplar y adorarlo como el Dios Altísimo, dueño
nuestro.
4. Reconozcamos y agradezcamos
esta presencia del Señor y del Misterio Pascual que se nos ha confiado en la
Eucaristía, cantando: “Hostia Santa”, “Dios está aquí” u otro canto
eucarístico.
5. 2ª. Meditación:
La hora santa es prolongación de la Celebración Eucarística para poder contemplar,
profundizar la meditación de su significado y la experiencia del amor
experimentado.
a.
La Hora Santa es
oportunidad de actualizar y profundizar la fe. De contemplar la presencia
cercana de Jesucristo, presencia real, integral, total.
b.
De admirar esa presencia y reconocer
en ella el amor que nos ha tenido el Padre al entregar a su propio Hijo a la
muerte en la cruz por nuestra salvación.
c.
Ante tanto amor, nuestro
corazón, desde lo más profundo ha de reconocer y manifestar nuestra indignidad
y como Simón, exclamar: “Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador”. Es
desde estos dos reconocimientos, de la grandeza de Dios y de nuestra pequeñez,
de donde puede iniciarse el diálogo: “No temas”, nos dice el Señor.
d.
Nuestra respuesta ha de
ser: “Perdón, Señor, por nuestros pecados”.
e.
Cantemos con el salmista
algunas estrofas del Salmo 50.
6. Momento de silencio, para
meditar sobre este encuentro salvador. Hemos llegado, como el hijo pródigo, a
los brazos del Padre de misericordia, quien nos ha recibido en sus brazos y nos
cubre de besos, nos reconoce como hijos recuperados, resucitados, encontrados.
¡Hace fiesta por nosotros! ¡Hemos vuelto a la casa paterna!
7.
3ª. Meditación: “La
celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos
ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad:
entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la
acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los
demás.”[1]
a.
Al regresar a la Casa del Padre, al reintegrarnos a la vida de la
familia de Dios, se inicia el camino, el proceso de conversión. Hemos de
cambiar nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar. No podemos seguir como
antes porque vamos a llegar a lo mismo, a la ruptura de la relación.
b.
La contemplación de Jesús en la Eucaristía, el reconocimiento de su
presencia y de su acción salvadora en favor nuestro, nos hace proclamar nuestra
fe, decirle como Pablo: ¿Qué quieres que haga?
c.
El Papa, en su mensaje cuaresmal, une la fe con la caridad; la fe se
expresa en la caridad. Ahora bien, hay dos maneras de vivir esta caridad, ambas
importantes: la comunión con los hermanos y el testimonio misionero.
i. La
comunión con los hermanos. El camino de nuestra conversión personal nos lleva
necesariamente a la reconciliación con los hermanos, a la reanudación de las
relaciones, a pedir y dar perdón, a hacernos solidarios con los necesitados, a
ponernos al servicio de todos, a comprometernos a colaborar con la acción
eclesial
ii. El
testimonio misionero. Ananías dice a Saulo (Pablo): “El Dios de nuestros padres
te ha destinado a conocer su designio, a ver al Justo y a escuchar directamente
su voz; porque serás su testigo ante todo el mundo de lo que has visto y oído”
(Hch 22, 14-15). La caridad, el amor a los demás, se expresa en el testimonio
misionero que proclama con palabras y acciones, con la propia vida, lo que se
ha visto y oído, lo que se ha experimentado del amor divino. Ponerse al
servicio de la salvación de los demás; que por nuestra palabra y nuestro ejemplo
puedan acercarse al Dios de la misericordia y encontrar salvación.
d.
Ahora bien, comunión con los hermanos y testimonio misionero son dos
aspectos de la caridad que encuentran su unidad más profunda en el deseo de
Jesús expresado en la última Cena: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás
en mí y yo en ti, para que el mundo crea”.
8.
Momento de silencio para dialogar con el Señor Jesús. Preguntarle
¿Qué quieres que haga? ¿Qué acciones tengo que realizar para vivir la comunión
con los demás? ¿Cómo tengo que vivir mis responsabilidades diarias para ser tu
testigo en la sociedad en la que vivo? Las respuestas han de convertirse en
compromisos con el Señor.
9.
Cantemos juntos “Id amigos por el mundo” o “Hazme un instrumento
de tu paz” u otro canto misionero.
10.
Bendición con el Santísimo, como se
acostumbra. Reserva y canto final.
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