Arquidiócesis de Yucatán
Vicaria de Pastoral
Reflexiones para las
Pequeñas Comunidades Parroquiales
REFLEXIONES CUARESMALES 2013
INTRODUCCIÓN
Las pláticas cuaresmales son, en
nuestra Iglesia de Yucatán, una práctica tradicional para alimentar el espíritu
cuaresmal en la vida de los fieles católicos. En épocas pasadas, nuestros
templos se llenaban durante una semana por las tardes o por las noches,
ofreciendo “ejercicios espirituales”, una reflexión dirigida a diversos
sectores de la comunidad eclesial: “Generales” (o sea para cualquier edad y
condición, para matrimonios, para jóvenes, para niños, para trabajadores
domésticos, etc.
El ritmo de la vida moderna parece
haber influido en la casi desaparición de esta práctica tan querida por
algunos, aún hoy día. Sin embargo, esta costumbre, casi erradicada en la
práctica, permanece en varias parroquias y continúa necesitando algún esquema
para organizar estas reflexiones.
El Plan Diocesano de Pastoral, a través
del Programa de pastoral de multitudes del Equipo diocesano de animación
pastoral y espiritualidad comunitaria, ha ofrecido, en años anteriores, algunos
temas para tratar en los Centros Pastorales, así como varios “Viacrucis” con
diferentes temáticas, a fin de animar a la comunidad de formas nuevas y
realmente convocadoras.
Este año, AÑO DE LA FE, al programar la
actividad mensual, se pensó en dos actividades para la cuaresma en Centros
Pastorales: La “quema de huano”, en los días anteriores al miércoles de ceniza
y la actividad con motivo de la fiesta de San José.
Sin embargo, ante la insistente
solicitud de Presbíteros y Catequistas de un esquema de “pláticas o
reflexiones”, me he decidido a elaborar el siguiente que ofrezco para quien le pueda servir con el
mismo objetivo de acompañar y animar, desde la espiritualidad, la vida
comunitaria, en esta cuaresma, en el marco de nuestro “camino de conversión”.
Cada Presbítero, comunidad o grupo,
puede cambiar, añadir, quitar lo que le parezca conveniente a los textos propuestos, de acuerdo con los
destinatarios y las acentuaciones propias que considere necesarias. A la
enseñanza involucrada en la reflexión sólo puede reconocérsele la autoridad
ordinaria de un Presbítero que predica la Palabra en la comunidad que se le ha
encomendado.
El esquema temático:
1. El camino de conversión y la conversión cuaresmal
2. La reconciliación, dinamismo permanente de la comunidad eclesial
3. El Sacramento de la Confesión en la comunión eclesial
4. Fe y Caridad (HORA SANTA), solidaridad y servicio
Con la esperanza de estar ofreciendo un servicio a los hermanos
responsables de comunidades y grupos de nuestra Iglesia de Yucatán, les saludo
con afecto,
Pbro. Fernando J. Sacramento Ávila
PRIMERA REFLEXIÓN
El camino de conversión y la conversión cuaresmal. Conversión personal y comunitaria
I.
EXPERIENCIA DE VIDA.
Para mi
amada Lupita:
En mi vida jamás había tenido tanta suerte hasta que me tope contigo,
entonces todo empezó a cambiar. Las cosas salieron mucho mejor, en primera
porque conocí al ser más maravilloso que existe. Tú despertaste en mí los más
bellos sentimientos que caben dentro de un corazón.
No puede haber mejor momento en la vida de una persona que encontrar a
su alma gemela y que compartan un lazo tan profundo como es el amor. Desde el
primer momento que te conocí sentí tu ternura, tu inmenso cariño, cómo tus
manos abrazaban mi cuerpo sin tocarlo y la tibieza de tus labios sin aun
besarlos.
Mi corazón vivía atormentado por diversos problemas. Bien sabes que las
drogas y el alcohol eran parte de mi existencia. Reconozco que era alguien desobediente y
grosero, un hombre bastante libertino y distraído. Pero con la ayuda de personas como tú, que
Dios ha puesto en mi camino, he podido levantarme y animarme para ser alguien
mejor cada día.
La vida se llena de significado cuando uno tiene con quien compartir
cada segundo. Es por eso que procuro estar contigo en todo momento. Aunque no
siempre puedo estar contigo físicamente, como lo estoy ahora, sí lo estoy con
el corazón, pues tú estás presente en cada una de las acciones que emprendo. Puedo
pasar horas escuchando tus grandes aventuras, para mí la mejor de todas es
amarnos, sin límite de tiempo, ni horarios, es soñarnos hasta despiertos para
no extrañarnos tanto.
Tengo lo mejor de mi vida, porque mi vida eres tú, me entrego a ti por
completo, jamás pondría restricciones, me olvidaré del miedo, de las falsas
pasiones, para disfrutar contigo de este amor
sincero. Te agradezco por el día que me aceptaste, por tu abrir tu corazón y
darme valor para cambiar. Quiero seguir esforzándome por ti, porque te amo y no
quiero perderte.
Luis
Preguntas para comentar en grupo:
1. ¿Por qué cambió Luis su manera de vivir?
2. ¿Crees que le costó esfuerzo cambiar de vida?
3. ¿Qué diferencias encuentran entre esta “conversión” y la conversión a
Dios?
II.
ILUMINACIÓN
Como Iglesia de Cristo que vive en
Yucatán, todos los bautizados católicos hemos sido convocados para “Iniciar un
camino de conversión”. Pero ¿Qué es la conversión? ¿En qué consiste?
Conversión significa cambio, dejar una
forma de ser para iniciar otra, reorientación de un caminar, de una forma de
existir para asumir otra.
Al contemplar la relación de una
persona con Dios, podemos hablar de varios ejemplos de conversión:
·
La primera conversión: Cuando la
persona se encuentra por primera vez con Dios o con su Palabra y decide iniciar
un cambio en su vida para responder al amor divino que se le ha manifestado,
que ha experimentado en el encuentro.
·
Conversiones subsecuentes: Después de
la primera conversión puede suceder que, en otro momento de encuentro con Dios,
con su Palabra, la persona descubra algo nuevo, una nueva llamada, que implique
reorientar la forma de llevar su relación con Dios, su forma de relacionarse
con Él. Puede ser que en la vida de una persona, la primera conversión y sus
consecuencias se vaya diluyendo, olvidando y, más adelante, se dé otra ocasión,
una nueva oportunidad, y se inicie o profundice la anterior. Y así, una
persona, puede vivir momentos esporádicos de conversión; no un camino continuo
que profundice con cierta sistematicidad lo anterior y lo fortalezca.
·
Proceso de conversión: La conversión
integral, el cambio total de la forma de ser de una persona; puede darse en la
historia de su vida, en un proceso continuo que se va descubriendo en la
relación-comunicación con Dios como diferentes llamadas en los diversos
momentos; llamadas que se hacen más exigentes, más profundas, con más detalles
y, encontrando respuesta en la persona, profundizan el cambio de vida y
fortalecen la relación con Dios.
·
Conversión del pecado: La contemplación
del misterio de Dios, el encuentro con Él, con su Palabra, con su amor
expresado de tantas formas en la vida personal y eclesial, lleva,
inmediatamente, al reconocimiento de la propia indignidad, del propio pecado,
de la culpa, de no haber sido, en la relación con Dios, lo que Él esperaba
(hijo/hija, comunidad de discípulos/misioneros, etc.).El reconocimiento y la
confesión de esta indignidad dispone, al individuo y a la comunidad, al perdón,
a la reconciliación con Él que son regalo, don, gracia suya y a la conversión
del corazón que se expresa en un cambio integral de vida, de maneras de pensar,
de actitudes y de conductas.
En la enseñanza de la Iglesia
encontramos la conversión como término casi sinónimo de penitencia,
describiéndolas como “el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la
Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino…también cambiar la vida en
coherencia con el cambio de corazón,…continuo caminar hacia lo mejor…
A este concepto se une el de ascesis: el esfuerzo concreto y
cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios, para perder la
propia vida por Cristo como único modo de ganarla. “Quien pierde su vida por mí
y por el evangelio, ese la salvará” (Mc 8, 35).
“El término y el concepto mismo
de penitencia son muy complejos. Si la relacionamos con metánoia, al que se
refieren los sinópticos, entonces penitencia significa
el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la Palabra de
Dios y en la perspectiva del Reino. Pero penitencia quiere también
decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en
este sentido el hacer penitencia se completa con el de dar
frutos dignos de penitencia; toda la existencia se hace penitencia orientándose
a un continuo caminar hacia lo mejor. Sin embargo,
hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce
en actos y gestos de penitencia. En este sentido, penitencia significa,
en el vocabulario cristiano teológico y espiritual, la ascesis, es decir,
el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia
de Dios, para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla; para
despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo; para
superar en sí mismo lo que es carnal, a fin de que prevalezca lo que
es espiritual; para elevarse continuamente de las cosas de
abajo a las de arriba donde está Cristo. La penitencia es, por
tanto, la conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a
la vida entera del cristiano.”[1]
Ahora bien, este proceso de conversión,
esta vida de penitencia, se inicia en la Iglesia, donde se escucha la Palabra,
se realiza el primer encuentro con Dios, y la persona es acompañada, animada e
impulsada por el Espíritu Santo. En este sentido, la relación de la persona con
Dios sucede en la comunión con los demás, en la Iglesia y en ella encuentra su
desarrollo y perfeccionamiento.
“Desearía hoy dar un paso más en
nuestra reflexión (sobre la fe)[2], partiendo otra vez de
algunos interrogantes: ¿la fe tiene un carácter sólo personal, individual?
¿Interesa sólo a mi persona? ¿Vivo mi fe solo? Cierto: el acto de fe es un acto
eminentemente personal que sucede en lo íntimo más profundo y que marca un
cambio de dirección, una conversión personal: es mi existencia la que da un
vuelco, la que recibe una orientación nueva. En la liturgia del bautismo, en el
momento de las promesas, el celebrante pide la manifestación de la fe católica
y formula tres preguntas: ¿Crees en Dios Padre omnipotente? ¿Crees en Jesucristo
su único Hijo? ¿Crees en el Espíritu Santo? Antiguamente estas preguntas se
dirigían personalmente a quien iba a recibir el bautismo, antes de que se
sumergiera tres veces en el agua. Y también hoy la respuesta es en singular:
«Creo». Pero este creer mío no es el resultado de una reflexión solitaria
propia, no es el producto de un pensamiento mío, sino que es fruto de una
relación, de un diálogo, en el que hay un escuchar, un recibir y un responder;
comunicar con Jesús es lo que me hace salir de mi «yo» encerrado en mí mismo
para abrirme al amor de Dios Padre. Es como un renacimiento en el que me
descubro unido no sólo a Jesús, sino también a cuantos han caminado y caminan
por la misma senda; y este nuevo nacimiento, que empieza con el bautismo, continúa
durante todo el recorrido de la existencia. No puedo construir mi fe personal
en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me es donada por Dios a través de
una comunidad creyente que es la Iglesia y me introduce así, en la multitud de
los creyentes, en una comunión que no es sólo sociológica, sino enraizada en el
eterno amor de Dios que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo; es Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal sólo
si es también comunitaria: puede ser mi fe sólo si se vive y se mueve en el
«nosotros» de la Iglesia, sólo si es nuestra fe, la fe común de la única
Iglesia.”[3]
En este sentido hablamos de una
conversión personal y de una conversión comunitaria, en el sentido de que la
conversión personal se da, se fortalece, se enriquece y se vive en comunidad.
Pero también puede hablarse de una conversión comunitaria en otro sentido.
La comunidad eclesial, viviendo como un
solo Cuerpo de Cristo, un solo Pueblo de Dios, en cada momento de la historia y
en los diferentes lugares del mundo donde se hace presente, se expresa como una
comunidad unida por la fe en un Dios presente y actuante en medio de ella y por
esto mismo, santa toda ella: “raza elegida, sacerdocio real, nación santa y
pueblo adquirido para que proclame las maravillas del que los llamó de las tinieblas
a su maravillosa luz.”(1Pe 2,9). Sin embargo, formada por pecadores, está
también llamada constantemente a la santidad, a ser lo que debe ser, aquello
para lo que fue fundada y enviada.
Por esto también podemos hablar de un
llamamiento permanente de Dios a la comunidad eclesial a la conversión, a ser
santa. A dejar lo que está siendo en este lugar y tiempo para llegar a ser lo
que se presenta como su ideal: una comunidad santa y unida, signo y testimonio
atractivo ante el mundo de la comunión de los hombres con Dios y de la comunión
de los hombres entre sí. (Cfr. LG 1)
La cuaresma es, en la Iglesia, tiempo
especialmente dedicado a renovar la escucha del llamamiento a la conversión
que, con la proclamación de la Palabra y la motivación a las obras de
penitencia y de misericordia, pone a la Iglesia en un estado particularmente
propicio para una conversión personal seria y profunda y, también, para un
cambio concreto en la manera de ser Iglesia, en su acción evangelizadora, en
sus servicios, en sus agentes y en sus estructuras, actualizándose,
perfeccionándose, disponiéndose a cumplir con mayor dinamismo y eficacia la
misión que se le ha encomendado.
Preguntas para asimilación personal y/o grupal:
1. ¿Cómo entiendes(n) la palabra CONVERSIÓN?
2. ¿Qué diferencia o semejanza encuentras entre la primera conversión, que
surge del primer encuentro con el Señor, y la conversión del pecado, que se
repite como exigencia de cada confesión sacramental?
3. ¿Por qué es importante hacer de la conversión un camino, un proceso y no
solamente uno o varios actos aislados?
4. ¿Cómo entender la conversión de la comunidad eclesial?
5. ¿Qué tendría que cambiar en nuestra comunidad para que sea lo que está
llamada a ser, aquello para lo que fue fundada y enviada?
III.
COMPROMISO
En un momento de silencio, reflexionemos personalmente en aquello que
podemos comprometernos para:
·
Vivir un proceso de conversión personal
·
Colaborar en la conversión de nuestra
comunidad
Puede expresarse brevemente en grupos (sobre todo el segundo compromiso)
IV.
CELEBRACIÓN
Expresemos nuestra fe, como una sola Iglesia, proclamando el CREDO.
Ahora, reconociendo que somos hijos y queremos vivir como tales, digamos
juntos el PADRE NUESTRO.
Por último, respondamos a las siguientes invocaciones: AQUÍ ESTOY,
SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD.
v A quien te pida el manto, entrégale también la túnica, a quien te pida
caminar con él 100 pasos, camina con él 1000
v A quien te golpee en una mejilla, preséntale también la otra
v Ven y sígueme
v El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su
cruz y que me siga
v Ámense los unos a los otros como yo los he amado
v Vayan por el mundo y anuncien el Evangelio a toda creatura
v Que todos sean uno, como tu Padre estás en mí y yo en ti, para que el
mundo crea
Quien preside, dice:
Dulce Madre no te alejes, tu vista de
mí no apartes, ven conmigo a todas partes y nunca solo me dejes y ya que me
proteges tanto como verdadera madre haz que nos bendiga el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Amén.
[1]EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA POST-SINODAL RECONCILIATIO ET PAENITENTIA DE
JUAN PABLO II AL EPISCOPADO AL CLERO Y A LOS FIELES SOBRE LA RECONCILIACIÓN Y LA PENITENCIA EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA HOY, No. 4
JUAN PABLO II AL EPISCOPADO AL CLERO Y A LOS FIELES SOBRE LA RECONCILIACIÓN Y LA PENITENCIA EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA HOY, No. 4
[2] Nota del redactor
[3] BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL Plaza de San
Pedro Miércoles 31 de octubre de 2012 El Año de
la fe. La fe de la Iglesia
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